A cada animal su tiempo

por Irving Trejo
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Hay un tiempo para cada animal, para cada bicho o cada insecto, como sea. Leí en algún lado que las plagas de langostas llegan cada veinticinco años a arrasar con todo lo que encuentran a su paso, cumplen un ciclo y regresan a acabar con todo nuevamente. 
Desde hace ya un tiempo he puesto más atención en esos ciclos. Hace cinco años, por ejemplo, en época de lluvias las luciérnagas llegaron por docenas a este lugar donde nunca pasa nada, hermoso espectáculo, montones de ellas iluminando los pastizales y los bosques frente a la casa, podía verlas cada noche al conducir por la calle, danzando entre la luz de los faros del coche.
Mi madre me contaba que cuando era niña jugaba con sus amigas a atraparlas, tomaban algunas con sus pequeñas manos y las deslizaban en sus ropas dejando su luz impregnada, y bailaban a la luz de la luna y las estrellas con sus vestidos brillantes y luminosos; el resplandor no duraba mucho tiempo, así que eran momentos muy cortos pero llenos de magia y felicidad. 
Hace tres años durante una ola de calor insoportable, las hormigas llegaron a habitar las casas del vecindario, invadiendo desde la cocina hasta las habitaciones, no podíamos dejar por error ni un solo gramo de azúcar tirado en la mesa o en el suelo porque a la mañana siguiente me encontraba con toda un ejército de hormigas reunidas y un largo camino que llegaba a no se donde, perdiéndose en el jardín o entre las grietas del patio.
Este año las intensas lluvias nos sorprendieron, y los caracoles también; se veían por todas partes, después de haber caído una fuerte lluvia, pareciera que como por arte de magia brotaban por todas partes, en la hortaliza, en las macetas del patio comiéndose las hojas de toda planta que encontraban. No se podía caminar en la oscuridad sin escuchar un crujido al dar el paso, señal de que algún desafortunado caracol moría aplastado por mis pies.
En fin que todo esto me hace pensar y preguntarme cuándo será mi tiempo. Le pregunté a los caracoles que sobrevivieron, a las hormigas, baile incluso con las luciérnagas, pero sin respuesta. Los caracoles se ocultaban en su caparazón al momento de tomarlos con mis dedos, y no había forma de hacerlos salir; las hormigas seguían su camino una tras otra sin detenerse un solo momento, parecían tener mucha prisa de llegar a su hormiguero con sus provisiones a cuestas; y las luciérnagas, que va, ellas solo bailaban y bailaban con su intermitente luz en medio de la oscuridad como sumergidas en un trance por los efectos de algún tipo de droga.
Me he cansado de bailar solo junto a las luciérnagas, de caminar de rodillas al lado del hilo negro formado por las hormigas, esperando que una se detenga y me de la respuesta, de alzar delicadamente cada caracol y verlos esconderse, sin oportunidad de preguntarles si acaso ellos saben cuando será mi tiempo, cuál será ese momento en el que me toque arrasar con todo.
Ha comenzado el tiempo de los gusanos azotadores, ni hablar, esperaré impaciente mientas tanto.

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