En lo alto de la colina, una vieja cabaña se ilumina con luces amarillentas por las velas que se encienden cada noche a la misma hora, un hombre se sienta frente a la mesa decorada por botellas vacías de vino barato y dos copas rotas; el hombre toca el cello afanosamente, no hay nadie que lo escuche, pero deja el alma en cada nota, toca la misma pieza una y otra vez; las noches pasan, él no para de tocar, se desgarra el alma hasta sangrar cada noche.
Abajo, en el pueblo, los lugareños hablan de él, en la plaza se reúnen hombres y mujeres mirando de lejos cada noche su silueta proyectada por las velas a través de las ventanas de esa cabaña.
Han surgido rumores e innumerables leyendas sobre él, algunos dicen que tiene más de doscientos años, que es el fantasma de un hombre que asesinó a su mujer y que conserva su cuerpo en esa misma habitación tocando para ella arrepentido. Lo cierto es que nadie sabe la verdad y no hay persona en ese lugar que reúna el valor suficiente y se atreva a descubrir que hay detrás del misterioso hombre de la colina.