Sería ella quien detonaría el arma, en esta ruleta siempre me ha tocado perder, pero seguí arriesgándolo todo, por ella. Cedí ante sus argumentos pero fueron los míos en realidad los que me hicieron dejar de insistir y terminar por aceptar mi destino, bajé los brazos sin oponer resistencia. Nunca logré ocupar aquel lugar que busqué incansablemente junto a ella.
Tomé su mano con la que empuñaba el revólver que me apuntaba, acercándola lo más posible a mí hasta sentir el frío acero del cañón pegado a mi pecho. Le pedí por última vez que mirara en mis ojos el mundo que había construido por tantos años, fue en vano, su decisión era irrevocable y su mirada fija en el arma lo decía todo. No insistí más, no habría otro camino. «Acaba conmigo de una puta vez» pensé. Extendí los brazos y ella jaló del gatillo, dejé que la bala atravesara mi pecho; la sangre brotó de golpe salpicando su cara, como el último trazo del artista que culmina su obra. La sangre trazó una línea en sus inmutables labios, sellados, herméticos, fue lo más cerca que jamás estuve de ella.
Esperaba que sus labios se abrieran y tragara mi sangre, pero no movió un sólo músculo. En cambio, elevó el brazo apuntando a mi cara, sujetó el arma con ambas manos y jaló del gatillo una vez más, estrellando la bala entre mis ojos.
Ese mundo que había creado para los dos se perdió bajo el telón ensangrentado de aquél último acto. Finalmente, su lengua se abrió paso separando sus labios, mi sangre entró en su boca, pude sentirlo y eso bastó para mí.
Fotografía de @vandrei