No suelo ser un hombre que beba demasiado, no lo era al menos, hasta que todo se fue al carajo. Me he bebido todas las botellas que Paco le regaló a Fran hace un tiempo, sí, el mismo que le cortejaba cuando recién nos conocíamos. Las mismas botellas que ella misma intentaría tirar a la basura en un par de ocasiones porque tenían toda la pinta de ser un licor barato. Pude convencerla de conservarlas con el argumento de que, en alguna reunión con sus amigos, acabado el cognac, y ya con el hocico caliente, no habría más remedio que bebernos esas botellas, con tal de seguir la velada.
–Mis amigos no son de esos– me decía.
–Todos somos así cuando se nos acaba el licor y los cigarrillos, siempre andamos buscando alguna botella en cualquier rincón y hasta las colillas desesperadamente con algún sobrante para darle un último jalón.– Asentaba yo con total seguridad.
En fin, que cada noche Fran y yo discutíamos por las mismas razones de siempre, sacaba yo una botella, me servía un trago y otro y me ponía a escribir. Pero vaya que era un alcohol barato, al primer sorbo quemaba la garganta como el maldito infierno y mis ojos se dilataban; al cabo de seis rondas mi cuerpo se tambaleaba, pero fue ese maldito licor barato y el coraje, que, combinado, hacían que las letras fluyeran como ríos de sangre.
Tenía que detenerme, ni el alcohol, ni el coraje, ni esos malditos poemas debían consumirme, ni Fran, sobre todo Fran; sabía que podría perderme y todo en verdad se habría ido al carajo.
Tomaré solo un trago más, después pensaré donde demonios conseguir ese licor; quizás le hable a Paco, sí, le hablaré, seguro él entenderá que lo único que necesito es saber donde conseguir más de ese licor que me hace sangrar.
Maldita mi necesidad de ese licor.
Licor
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