…
Desde aquel día me levanto todas las mañanas enfrentándome a un día más sin ti, el despertador a pesar de su insistencia se ha cansado de llamarme, mis oídos esperan tu voz –Buenos días dormilón –pero no llegan tus palabras, me doy vuelta en la cama, miro la almohada abandonada, intacta, solitaria y fría por tu ausencia, me acerco y suspiro profundamente, es sólo un pedazo de tela sin decorados, con olor a nada.
Preparo un poco de café, lo vierto siempre en dos tazas, la costumbre y el anhelo de llevártela a tu mesa donde te sentabas siempre a bañarte con los primeros rayos de sol mañanero.
Desde aquel día no hay más rayos de sol, no hay más mesa, sólo una taza de café vacía y olor a nada.
…